viernes, 26 de noviembre de 2010

La lija sobre tu tumba

Mientras cierro las maletas le doy un último vistazo a la habitación. Me sabe más pequeña que en mis recuerdos aunque menos triste de lo que imaginaba. Pensé que empacar tus cosas iba a romper mi paz,  pero sólo siento nostalgia al reconocer que me quité el traje de la juventud hace ya bastante tiempo.
Debo confesar que nunca te olvidé del todo. De tanto en tanto me alcanzaban los recuerdos, mientras lavaba los trastes o tendía las camas. La primera vez que te vi; cómo tu sonrisa te iluminaba el rostro; tú diciéndome adiós; el día que nos dimos el primer beso. ¿Te acuerdas? Llovía a cántaros y corrimos a refugiarnos debajo de un olmo y nuestros cuerpos se acercaron por magnetismo u ociosidad y al estar nuestras bocas tan cerca fue inevitable que se encontraran y se exploraran con la avidez de geógrafo y la torpeza de la inexperiencia.
En este cuarto jugaste con mis límites y me recorriste el cuerpo con tus manos hasta que perdía el sentido de la realidad. Aquí nos fusionamos tantas veces hasta caer rendidos sobre la cama  tan sólo el tiempo  necesario para tomar aire para volver a comenzar. Bajo este techo conocí el significado puro de la lujuria y del amor mezclados.
Hace más de cuarenta años que no sabía de ti. Me sorprendió la llamada de tu abogado en la que me informó, de manera fría y distante, que habías fallecido.
Tu muerte me tomó por sorpresa y aún más que yo fuera tu única heredera. Tenía que recoger tus pertenencias, que no eran más que libros viejos y un par de objetos sin valor de acuerdo al inventario me fue leído por teléfono. -Están en un cuarto ubicado en la calle Ámsterdam de la colonia Condesa-dijo la voz-. Ahí donde vivías en ese entonces, donde al parecer viviste todo el tiempo. Siempre supe que nunca tendrías el valor suficiente para dejar a un lado los demonios que te atormentaban y comenzar una nueva vida.
Cierro la habitación. Le entrego las maletas al portero y le pido encuentre un lugar para a tus cosas. Su casa, la casa de sus amigos, la basura. ¡Qué más da! Sólo me quedo con esta lija. Precisamente con la que le diste el toque final a las alianzas de madera que nos daríamos en nuestra boda. En esa que nunca sucedió porque te enamoraste de otra, al parecer tan pasajera como yo, a la que seguramente, con esta misma lija, le terminaste un par de anillos con la promesa falsa del amor eterno.
No te preocupes que no pretendo quedarme con ella. No quiero absolutamente nada que me vincule a ti. Pienso ir a dejarla sobre tu tumba con la esperanza de que el recuerdo de ese pasado que compartimos se muera de una buena vez y para siempre contigo.  

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